jueves, 29 de noviembre de 2007

La mujer que quiso ser tortuga

La conocí estando ella en la playa y yo viniendo de cualquier otra parte del mundo. La vi sentada, más blanca que nunca bajo la luna que dibujaba la sombra de su mochila sobre sus piernas extendidas, sobre sus rodillas llenas de arena. La vi recargada en sus brazos viendo al infinito, a ese mar que para ella no era muerte, ni tragedia, ni suicidio, si no el símbolo perfecto de todo aquello que se ama de lejos y que está en constante movimiento. Dobló sus rodillas, levantó los brazos de la arena y junto a su barbilla todo lo reunió en un punto. Cuando arqueó su espalda y apreció más el horizonte oscuro, vi cómo sin saberlo ya me anhelaba.

            Salí del agua y me arrastré por la arena hasta el mejor espacio. Ella me descubrió cavando apacible; y al verme se dio cuenta de lo que en verdad necesitaba, de lo que le tomaría inventarse esa felicidad, aunque luego perdiera la noción de ella. Quiso ser verde, del color de la tierra que con sus pies besaba a diario. Quiso ser trascendente, casi eterna, y arrastrar la consciencia de cada mente cuyas huellas hubiera pisado. Quiso vivir el tiempo suficiente para verlo todo, para conocerlo todo y poder morir satisfecha. Quiso que su hogar fuera su cuerpo, no ser de ningún sitio ni prescindir de nada que no fuera ella misma, no estar encadenada siquiera a sus logros para poder darles la espalda y nadar libre cuando quisiera olvidarse de todo, cuando quisiera comenzar otro viaje. Quiso tener la memoria perfecta para poder morir donde nació, para poder dar vida donde vivió, para recordar cada lugar y cada rostro que conociera en sus largas trayectorias. Quiso ser esa criatura que ponía sus huevos casi al final de la playa. Pero al saber que era imposible se recargo en sus brazos nuevamente, pues supo que nunca sería tortuga, ni así de verde ni así de libre, nunca así de perfecta.

            La vi acostarse en la arena y caer casi dormida, sin quitarle atención a su nueva utopía. Ahora yo la admiraba sin saberlo. La observé por un momento antes de cubrir el hoyo fecundado y darle la espalda. Vi hacia el mar que me esperaba con recelo por aquello que observaba. Tomé la mochila, me la eché al hombro, y sacudiéndome la arena seguí viendo de frente; la vi a ella, moviendo sus aletas y entrando al agua con algo de esperanza, pero sin reflejar ningún sentimiento. Cuando vi su concha sumergirse por completo me di la media vuelta, y al darme ganas de conocer el mundo, supe que ahora yo estaba parada en la playa y ella era la que se alejaba, dejándome ahí, tan imperfectamente humana.

           

miércoles, 3 de octubre de 2007

Invitación

La dinámica consiste en traer impresos trabajos propios, ya sea poesía o narrativa, y compartirla con el resto de los miembros del taller. Invitamos a todo(a) aquel interesado(a) a participar con nosotros a acudir cada miércoles a las 3:00pm en el salón 341 del COAS en las instalaciones de la Universidad de Texas Pan-American